¿Por qué si la testosterona es beneficiosa, no se usa de un modo generalizado? (Parte 2 de 3)


Clásicamente la medicina se ha abstenido de intervenir, indicando que hemos de aceptar ciertas limitaciones que la edad nos impone y dando como normal este deterioro.

Habrá quien diga que esta búsqueda de estar óptimo no es salud, sino “dopaje” o una “huida hacia delante”, pero no nos engañemos, nadie habla de participar en unas olimpiadas… Hablamos de envejecer con calidad de vida. Además, existen mitos en la cultura clásica que impactan en los prejuicios y tendencias a la hora de aprender a diagnosticar y tratar los déficit hormonales, rechazándolos sin conocer la evidencia científica que hay detrás del tratamiento.

Dr. Iván Moreno – Equipo Médico Neolife


Declive de los valores hormonales

En esta serie de artículos estamos revisando las diferentes causas de que la testosterona no se use de un modo generalizado a pesar de haber mostrado beneficios en numerosos estudios.

En la primera parte de este artículo hablábamos del progresivo declive de los valores hormonales tanto en hombres como en mujeres con la edad y cómo su reposición mostraba mejoría a varios niveles (metabólico, vitalidad, masa muscular, etc.). Igualmente en la anterior entrega comentábamos el papel que juega no considerar el envejecimiento como una enfermedad y el enfoque reactivo de la medicina en la falta de extensión del uso de la testosterona.

En esta nueva entrega vamos a ver la importancia de comprender la diferencia entre lo normal y lo ideal en medicina, así como el papel de los mitos que rodean a las hormonas tanto en población general como en médicos.

“Lo Normal” (la falacia estadística que nos condena a todos a deteriorarnos por igual)

La biología y la medicina buscan los niveles de referencia en la población de cada biomarcador (estatura, glucosa en ayunas, niveles de vitamina D…). De forma natural cada variable que medimos se tiende a agrupar en torno a unos valores centrales en lo que llamamos “curva de normalidad”. Clásicamente se considera normal un intervalo en torno a la media, aproximadamente el 70% central.

alimentos que no debemos comer

A medida que cumplimos años, nuestro grupo de comparación cambia, así pues, los niveles hormonales o de densidad ósea de una persona de 55 años pueden ser mucho peores de los que tenía a los 35 y ser considerados “normales”.

Paradojas de “lo normal” :

  • A los 35 años es normal estar bien.
  • A los 55 años es “normal” tener menos testosterona y masa muscular.
  • A los 75 años es “normal” no poder realizar ejercicio o caminar.
  • A los 85 años es “normal” que se rompa la cadera tras una caída casual.

¡Estamos condenados a deteriorarnos por la propia definición de los valores de normalidad!

Esta aparente normalidad hace que no tengamos la urgencia del cambio y nos quedamos complacidos con estar en valores “normales”, mientras nos vamos deteriorando poco a poco.

Nuestra placidez se ve rota cuando conocemos a personas que, a base de entrenar y cuidarse, o por estar especialmente equilibradas a nivel hormonal, nos muestran que hay otra forma de cumplir años, con mucho mejor estado físico y mental, la que sí debería de ser la normal.

El ejercicio y la dieta funcionan siempre. Hay estudios hasta en nonagenarios que demuestran que, ante los estímulos adecuados, el cuerpo siempre responde.

Cada vez hay más evidencia científica del beneficio de reponer nuestras hormonas. Para muestra comentaremos un caso real de Neolife:

Lo “normal” es perder densidad en los huesos con el paso de los años, ¿verdad?. Quizá algunos afortunados podrían mantener su hueso, pero… ¿ganar hueso con los años?

En la gráfica vemos cómo a lo largo de los años, con una adecuada suplementación, reposición hormonal, dieta y ejercicio este paciente está fortaleciendo sus huesos.

alimentos que no debemos comer

Clásicamente la medicina se ha abstenido de intervenir, indicando que hemos de aceptar ciertas limitaciones que la edad nos impone y dando como normal este deterioro. Habrá quien diga que esta búsqueda de estar óptimo no es salud, sino “dopaje” o una “huida hacia delante”, pero no nos engañemos, nadie habla de participar en unas olimpiadas… Hablamos de poder seguir jugando al tenis con 60 años, de poder salir a la calle y tener vida social a los 70-80 años o de tener fuerza para vivir de forma autónoma en los 90. Hablamos de envejecer con calidad de vida. ¿De verdad vamos a evitar el uso de una herramienta que se ha mostrado eficaz y segura cuando se usa correctamente?

Los mitos (en la cultura general… y también entre los médicos)

Las hormonas, y en concreto la testosterona, han adquirido mala fama. Esto es debido fundamentalmente a que se le han achacado efectos secundarios de otros tipos de tratamiento, por ejemplo:

  • Los producidos por el uso de anabolizantes sintéticos que producen daño hepático y cardiovascular.
  • Los tratamientos con testosterona a dosis extremadamente altas en culturismo, que pueden llegar a producir agresividad y cambios en la voz.
  • Los tratamientos de cambio de sexo, en los que usamos muy altas dosis justamente buscando algunos de estos efectos secundarios (virilización, cambios en la voz o en la distribución del cabello, etc.).

Estos mitos impactan en los prejuicios y tendencias a la hora de aprender a diagnosticar y tratar estos déficits hormonales relativos, tanto en las personas a pie de calle como en los profesionales, que muchas veces lo rechazan sin conocer la evidencia científica detrás del tratamiento.

En resumen, dos de los factores que impiden que el uso correcto de la testosterona se generalice:

  • Asumir que el deterioro normal con los años es lo mejor, solamente porque de forma estadística es lo que le ocurre a la mayoría.
  • Basarnos en creencias y bulos sobre las hormonas que se han establecido por el mal uso o abuso de las mismas o bien de los productos químicos derivados.

En el último capítulo de esta serie comentaremos otros dos factores más, en este caso los que están puramente en el terreno médico: la falta de pericia médica en el manejo de hormonas para mejorar a los pacientes y los estudios clínicos de baja calidad, que posteriormente son mal interpretados.


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